No es oro todo lo que reluce

Cuenta la leyenda que al Rey Midas le gustaba tanto el oro, que logró del Dios Baco, la gracia de transformar en ese metal cuanto tocaba.

Tanta codicia fue su perdición, porque no podía siquiera rozar nada sin transformarlo y terminó convirtiendo en estatuas todos los seres vivos que le rodeaban y en objetos de oro, todas las cosas que rozaba.

Arrepentido y cambiado su corazón, logró la redención y pudo continuar con su vida, eso sí, volviéndola más sencilla una vez aprendida la lección.

Yo tengo mucho cuidado en no parecerme al Rey Midas y por eso ni me compro, ni pido oro, pero el brillo de las cosas doradas me atrae como un imán y así os cuento lo que me pasó estas Navidades.

 

 

Sí, lo habéis adivinado. Estas son mis compras doradas del mes de diciembre. Os las presento

 

 

La pulsera de los ópalos fue mi primer autoregalo, era barata, los ópalos tenían un color bonito, quedaba perfecta al lado del reloj… se vino conmigo a casa.

 

 

El colgante con los cordones de cuero marrón, parecía gritarme desde el puesto del mercadillo navideño donde había ido a buscar regalo para mi amiga invisible.

» Cómprame mujer, sólo cuesto 16€ y soy capaz de dar vida a un jersey de cuello alto, a un vestido demasiado sencillo, a esa blusa negra que te compraste el otro día…»

Traté de resistirme, me hice la valiente, pero la lucha estaba perdida porque se acercó la encargada del puesto y se empeñó en que me lo probara.

Quedaba tan bien, tenía un largo tan perfecto, brillaba tanto… que también se vino conmigo.

 

 

Para hacer la compra más completa también cogí la pulsera tú y yo trenzada y rematada con dos perlas. Es flexible, se adapta perfectamente a lo estrecho de mi muñeca y costaba poco, así que: Más brillos dorados para mi colección.

 

 

Cuando pasé por Vetusta y vi los brazaletes dorados con perlas, volví a caer en la tentación.

Se llevan tanto, se ven tan bonitos con las mangas francesas de los trajes, que ….

 

 

Tras semejante desmán me había prometido que aquello que empezaba a parecer una colección, no podía seguir creciendo, así que entretenida con los preparativos navideños, dejé mis nuevas adquisiciones en sus respectivas cajas – eran los Reyes que yo me ponía a mí misma – y medio las olvidé.

Así que cuando tuve que volver a pasar por el puesto del mercadillo y vi la pulsera de cordones de colores a la que me había resistido con toda la razón en la primera visita, me acordé que tengo varias cosas en verdes y granates. De nuevo la misma cantinela, me iba tan bien que…

 

La sortija – bueno la pulsera del brazalete, también- fue regalo de mi padre que, como parezco a la reina de Saba con todos mis tesoros de bisutería, no sabe ya qué comprarme y  en vista de que cumplí  cincuenta y tres el día cinco de enero, me pidió por favor que me comprara algo que me hiciera ilusión.

Es de un taller de artesanía del vidrio y me encantó su color verde agua y ¿ cómo no? El anillo en latón dorado.

 

 

No voy a decir que tengo propósito de la enmienda porque no me gusta mentir, mucho me temo que la crisis y las medidas para paliarla, se encargarán de frenar mis ansias desmedidas, así que cuidaré de estas compras porque  posiblemente en una temporada larga van a ser mi despedida del mundo dorado.

 

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