Puede que alguno de los visitantes de este blog, bien por años, bien por haber estudiado clásicas, se acuerde de cuando estudiábamos latín y de las declinaciones: nominativo, vocativo, acusativo, dativo y ablativo.
Una misma palabra podía tener diferentes acepciones según en la forma que se usara y cada acepción tenía un caso y una forma, se declinaba.
Al hacer este grupo de entradas me acordé de mi latín y decidí aplicárselo al color gris, porque a lo largo de tres entradas os voy a contar una historia – la historia de mi falda gris- y os voy a enseñar como uso ese color
VICISITUDES DE UNA FALDA GRIS (Parte I)
Pues sí señor, a pesar de que el gris siempre me pareció un tono tristón y apagado y sólo lo admitía como excepción remarcable en trajes de franela gris marengo o en delicada seda gris perla, aquel conjunto tenía algo que me atraía.
No sé si era ese aire de respetabilidad y seriedad:
– Es un color sobrio, me decía a mí misma, y me vendrá bien para llevarlo al trabajo sin necesidad de recurrir al traje.
Tras la mesa y gafas en mano cavilaba tratando de borrar esa tradición que, en mi cabeza, al menos, asociaba gris a anodino.
Insistir en la sobriedad y no ponerle ningún adorno me daba un cierto aire de señorita Rotenmeier que por más cara de buena que pusiera, no me gustaba
Quizá añadiendo adornos: unas perlas que son tan clásicas…. Pensaba y pensaba,
Y de pronto rompí el hechizo, me levanté, bajé despacio las escaleras, y noté que había cambiado. El oriente rosado de aquellas bolas de nácar había logrado la transformación.
Seria, sencilla, discreta, respetable, quizá todavía un poco encogida, pero más cercana a Rebeca de Winter.
Y así es como una falda plisada de punto gris y un twin-set haciendo juego pasaron a formar parte de mi vestuario formal
Conjunto completo: Zara.
Agradecimiento especial al Gimnasio Ayala de Oviedo en cuyas instalaciones se llevaron a cabo las fotos
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